sábado, junio 18, 2011

EL SENADO DE ROMA.

Las guerras púnicas fue donde se decidió el mundo, tal como es. Es la parte de la Historia, vista en ucronía, que más versiones acepta. Si Cartago hubiera vencido, el mundo sería diferente. Las claves, muy debatidas, son bien conocidas, pero hay una que creo no ha sido suficientemente valorada, el senado de Roma. Si Cartago hubiera tenido el senado de Roma, el mundo hubiera sido panfenicio. Y si Roma hubiera tenido a Aníbal, como repetiré siempre, hubiera conquistado el sistema solar en el año 2 a.C.
Del senado de Roma habla T. Mommsen, en una lectura obligada para todo político (¿?):
Cuando el autor de la revolución o de la usurpación es el único que posee la ciencia del gobierno, haya su justificación ante el tribunal de la Historia. Si esto es así, ¿no debe dulcificar la severidad de su juicio al ver al Senado romano apoderarse de su misión en tiempo oportuno y desempeñarla tan dignamente? Por un lado, el Senado estaba formado por hombres que no habían sido designados solo por el nacimiento, sino más bien por la libre elección de sus conciudadanos, y era confirmado cada cinco años por las decisiones de un tribunal de las costumbres, en el que se sentaban los más dignos. Aún más, como no contaba con más que con miembro vitalicios, ellos eran libres de todo mandato a corto plazo y de la mudable opinión de la muchedumbre. Por otro lado, el Senado se formó como un solo cuerpo unido y compacto después de establecida la igualdad civil, que reunía en su seno toda la inteligencia política y toda la experiencia gubernamental de la nación, y disponía como jefe absoluto de las rentas y de la política exterior. Incluso mandaba sobre los funcionarios ejecutivos a causa de la corta duración de sus poderes, y por la intercesión del tribunado, convertido en su auxiliar al día siguiente de la pacificación de los órdenes. Por todo esto, el Senado aparece ante nosotros como la expresión más noble de la nacionalidad romana. Poseyó las más altas virtudes: lógica y prudencia política, unidad de miras, amor a la patria, plenitud del poder y dominio de sí mismo. Fue verdaderamente la asamblea más ilustre de todos los tiempos y naciones: una "asamblea de reyes", como se ha dicho, que supo unir el desinterés republicano a la irresistible energía del despotismo. Jamás pueblo alguno ha sido representado tan poderosa y noblemente como el pueblo romano.
Theodor Mommsem. "Historia de Roma".