viernes, febrero 22, 2008

FORTUNA

Napoleón, antes de ascender a un oficial, le preguntaba: “¿es usted un hombre de suerte?”. Era conocida la fe que tenía el gran corso en su estrella. Hablaba muy a menudo de su destino, de su estrella. En su caída se lamentaba del abandono de la voluble Fortuna.

Dos de los más notables romanos de la época final de la República, César y Sila, también confiaban ciegamente en la Fortuna. En su caso, estaba apoyado en el hecho de que Fortuna era una diosa de su culto. Sila, se dio el sobrenombre oficial de Felix, como constatación de ser un elegido de la diosa. De César hay múltiples referencias a su confianza en Fortuna, quizá la más famosa es la de la barca. En la campaña contra Pompeyo, quiso viajar por mar, había una terrible tormenta y el barquero se negaba. César había ocultado su identidad, y descubriéndose le dijo: “no temas, es a César y su suerte a quien llevas”.

Estos aspectos del culto a la personalidad que los tres hombres citados, cultivaban con absoluta maestría, son signos externos de un rasgo fundamental de sus personalidades. La gran confianza en sí mismos. Esto se transmitía a sus hombres, y era un refuerzo fundamental del necesario liderazgo que debían desarrollar en sus empresas. Les servía para envolverse en una áurea de naturaleza extraordinaria, de estar dotados de cualidades y dones superiores. De los tres, sólamente a Sila los dioses le dotaron del don divino de saber hasta donde se podía exigir a la diosa. De los otros dos, Fortuna se cansó antes de que llevaran a término sus destinos.

Ralph Waldo Emerson, siglos después escribiría: La confianza en uno mismo es el primer peldaño para ascender por la escalera del éxito. Pero a César y Napoleón les abandonó, pues Fortuna sin Prudencia, es una peligrosa mujer. Las brujas de Macbeth, nos lo recuerdan, la confianza es la perdición de los humanos. Cuando Fortuna sonríe, puede ser sonrisa de femme fatal