El mejor autor sobre liderazgo es Jenofonte, según P. Drucker, y no es baladí esa opinión del maestro austriaco. Dos de sus obras más importantes en este campo son la Ciropedia y la más famosa la Anábasis. En la Ciropedia, que es muy interesante, el ateniense indica que la clave de Ciro era el manejo de las recompensas, el botín, con sus sátapras.
Napoleón, en sus memorias, se quejaba de la avidez y ambición de sus mariscales, la base de su poder. Siempre debía estar en Guerra y seguir los dictados de Jenofonte, las recompensas. No pudo poner fin a esa dinámica, y en último análisis, él era un soldado.
Otro caso más sugerente es el del dictador romano Lucio Cornelio Sila, llamado zorro y león por sus enemigo Carbón, y modelo de Maquiavelo. El Cornelio era más sagaz que el Sire, no tan brillante, enérgico, elevado, semidios y honesto como el Gran Corso, pero más “fino”.
Pompeyo, le “exigió” una serie de prebendas. Sila le estaba muy agradecido, el Cornelio no olvidaba, y valoró que no debía ponerse en Guerra con la zona del Piceno, donde Pompeyo gobernaba absolutamente. Le dio recompensa, le humilló y le dejó cometer errores que le serían fatales frente a César. Pero Ofela, uno de sus lugartenientes más fieles, le exigió el consulado. Se lo negó y le ejecutó en público mientras hablaba en el Foro. Le atravesó un centurión. Recompensar y castigar, una decisión de semidioses.