César era conocido por sus numerosas conquistas, tuvo numerosos romances a lo largo de su vida. Se achaca esta “proactividad” en el female sport, para desmentir la leyenda que le acusaba de haber sido el amante del rey de Bitinia, durante su misión en ese reino oriental.
Estuvo casado varias veces, y de sus amantes la más duradera e interesante fue Servilia, la madre de Bruto. Ésta, aparte de sus atractivos físicos, era una mujer inteligente y activa en la vida política del final de la República Romana. Pero las verdaderas mujeres de César fueron dos. Aurelia su madre y Julia su hija. Fueron las únicas mujeres por las que sintió verdadero amor.
Julia se casó con Pompeyo, por el interés de César y de éste en fortalecer sus relaciones políticas en el triunvirato con Craso, frente a la facción de los boni. A pesar de tener un origen interesado el matrimonio fue feliz y enamorado. Julia falleció al dar a luz. César recibió la noticia cuando estaba en Britania. Murió una parte de su corazón.
Aurelia Cotta, era una patricia romana digna heredera de Cornelia, la madre de los Gracos. Crió a César para ser el mejor romano, y lo consiguió. La relación entre madre e hijo fue muy estrecha y beneficiosa para César, que había perdido su padre de joven. Llegó a salvar a César de las iras del terrible Sila. Falleció cuando César estaba en las Galias. Con ella murió la otra parte del corazón de César.
César conquistó Roma y venció a sus adversarios. Si Aurelia hubiera vivido quizá le habría aconsejado no ser confiado e ir sin protección con tantos enemigos como tenía. Sila cuidó más este aspecto, no fue confiado. Ya lo recuerda el inmortal Shakespeare en sus tragedias, la confianza es la perdición de los humanos. Asesinado por miembros del senado, César cayó bajo la estatua de Pompeyo. Murió como el resto de los mortales, pero cayó como un dios. Citando a Homero, la muerte no encontró en él nada que no fuera hermoso.